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Cenizas

Por  Claudio Asaad Arcano sueño antepasado de mi sonrisa el mundo está demacrado y hay candado pero no llaves y hay pavor pero no lágrimas . (Del poema “Cenizas” de Alejandra Pizarnik) A veces la vida es demasiado instante, un hilo especiado, un perfume para anticipar el apetito de una exquisitez que nunca llega hasta la boca. No   toca en   la lengua la marea del placer, ni juega con el olvido a no olvidar. El tiempo lo cubre todo, o lo destapa. Casi que no importa lo que vivimos sino hemos sido capaces de una intensidad que arme el juego de la memoria. Si pudiéramos saber   para donde se dirigen las aguas burbujeantes de esa esponja. Por más cuidados y precauciones tomadas en nombre de un pudoroso equilibrio, las lágrimas liman el camino de la angustia la hacen estallar para que lo soportable sea futuro aunque las pupilas no atinen a ver después del goteo interno sobre el vidrio armador del mundo. Pero lo que nos sucede no es visible, aunque puede decirse deam

La voz ajena.

Por Claudio Asaad                                                                                                               “Como ando por la casa diciéndote querido                                                                                                               Con fervorosa voz”                                                                                                                                             Idea Vilariño Nada dolió tanto como no recordar su voz . Ese olvido permaneció como una enfermedad incurable a los largo de estos años. ¿Puede recordarse a alguien si olvidamos su voz? Si no somos capaces de reconstruir esa memoria sonora, esa inmaterialidad   que resuena en el gabinete de nuestra mente en   donde   los sonidos conservan su imagen, su vestidura, pero no su cuerpo? La voz humana es el cuerpo extendido del otro. Viajera en el aire que solventa su libertad a fuerza de vibrar , de hacerse energía inteligible sólo par

MD

 Por Claudio Asaad                                                                                                                                Un amigo dice que tiene un libro para prestarme. Que nunca leyó nada igual tan difícil de seguir, pero al mismo tiempo tan adictivo. Utilizó esa palabra y yo intenté acomodarla en la conversación.   No sabía, no podía ni suponerlo, que más adelante entendería, pensaría,   sentiría la adicción, su agudo   resonar hacerse eco sobre los personajes de aquella novela, en la vida de la autora, en el amor, el vino, y la falta;   el silencio fatal entre lo que va sucediendo y el lenguaje que llega antes o después, pero no al mismo tiempo. Nunca. Tampoco en el cine. Mi amigo dijo Margarite y yo pensé en Yourcenar, en “Memorias de Adriano” , en la Historia y el secreto, la sed   de decir, la necesidad de romper lo que cancela a la libertad; la culpa de vivir de lo oculto. Mi amigo dice que “es otra Margarite. Una francesa, también, pero que nac

LA SIRIO

Por Claudio Asaad   Esta es mi casa, le dije a un señor con traje y sombrero que una mañana de domingo, silenciosa y soleada me pregunto qué hacía ahí sentado en el umbral de la puerta de   servicio de la Sirio Libanesa. Mi casa, reafirmé es acá en “La Sociedad”.   En la   Sociedad Sirio Libanesa de Socorros Mutuos   de Río Cuarto se hizo mi infancia, en esa casa al fondo de un pasillo infinito   que daba a aquella precaria construcción,   lugar escondido, un poco por demás oscuro de techo de chapa, el bañito allá afuera. Mi   papá   se llamaba Constantino, zapatero libanés pequeño de cuerpo y fuerte concentraba sus ojos color tiempo a recortar la suela con el cuchillito chiquito. Clavos en la boca que iba eligiendo para golpearlos en la cabeza con precisión sobre las suelas brillantes y olorosas que compraba en casa Ostellino. Y yo temía que se aplastara un dedo. Papá se daba cuenta de mi temblor y mis suspiros “No tengas miedo Elio, el martillo sabe qué hacer con cada clavo” En

Trenes

Por Claudio Asaad                                                                                                 Es de noche. Se lo digo a mamá pero ella   esta distraída mirando el cielo y el suelo donde se formó hielo como espejos que se parten, como hielo molido, como barro con cristales de vidrío. Y   sobre todo frío. Ahí en el piso y por todas partes. En el cuerpo no, porque la frisa abriga y papá dijo que es mejor dos pares de medias antes de terminar de calentar mis gastados zapatos marrones en la estufa de velas   a kerosene.   Tengo miedo a esta noche que es del día. Es madrugada Elio , dice mamá, no ves   hijo que hay otro azul. Miro la capa del cielo   derretir la oscuridad que asusta.   ¿Dónde es el horizonte?    El frío está afuera, más insistente y nos rodea;   ahora se abrazó al viento que lo trae   sin pausa,   con ritmo de apuro,   se va adentro del cuerpo cuando respiro: bocanada gélida al interior de los túneles de la carne. ¿Ahí también es oscuro? Mamá

Los pájaros perdidos

 Por Claudio Asaad “Amo a los pájaros perdidos que vuelan desde el más allá a confundirse con un cielo que nunca más podré recuperar” Mario Trejo Por alguna razón no puedo olvidar la letra de este tango, tampoco es eso, no puedo dejar de recordar   la música, el fraseo, la interpretación entre desesperada y amarga de Rosanna Falasca, aquella   mujer de voz implacable y esplendorosa en la época de la TV en blanco y negro, sin sonido 5.1, sin imagen   HD. La poesía de Mario Trejo y la música de Astor Piazzola secuestran la poesía y   la hacen levitar sobre la línea del tiempo, la bañan de una nostalgia distinta, una nostalgia capaz de dar batalla a la pérdida en un intento de completar un espejismo nunca inútil. La metáfora de los pájaros y el cielo escapándose, sumándose a la ausencia/presencia/ausencia de la vida   va sembrando en cada verso posibles palabras para recuperar lo que queda, lo que se puede decir, siempre después, siempre tarde, siempre a lo lejos.

Susana, la Dillon

Por Claudio Asaad No tuve miedo la primera vez que te vi, pero estaba desconcertado. Buscaba la cara de esa voz aguda y doliente que denunciaba y contaba de forma alternada los espantos de la última dictadura militar. El comedor universitario estaba repleto de estudiantes y el calor de afuera parecía enfriarse a pesar de todos esos cuerpos atentos. Te   escuchábamos así: con atención, tensión, horrorizados e incómodos. ¿Dónde estuvimos mientras ocurría el espanto?.   De repente, Susana, una pausa. Parecía eterna. Con la voz ya ronquita y el tono cuidado que después aprendí a escuchar, empecé a entender: Nos abrazaste. Dijiste hay que cuidarse. Esto no terminó, espero que termine algún día, que la libertad más que un derecho así aclamado, sea una realidad, que podamos todos contar la historia, que la llevemos por ahí. La digamos, la conversemos entre los compañeros, las compañeras. Ustedes estudian. No pueden ser ciegos. Recuerdo frases. Trataba de masticar cada una como un boca