La voz ajena.
Por Claudio Asaad
“Como ando por la casa
diciéndote
querido
Con
fervorosa voz”
Idea Vilariño
Nada dolió tanto como no recordar su voz. Ese olvido permaneció como una
enfermedad incurable a los largo de estos años.
¿Puede
recordarse a alguien si olvidamos su voz? Si no somos capaces de reconstruir
esa memoria sonora, esa inmaterialidad
que resuena en el gabinete de nuestra mente en donde los sonidos conservan su imagen, su vestidura,
pero no su cuerpo?
La voz
humana es el cuerpo extendido del otro. Viajera en el aire que solventa su
libertad a fuerza de vibrar , de hacerse energía inteligible sólo para nuestro oído
hasta devolverle al lenguaje su sentido;
toda vez que hace de ese acto espontáneo una extraña cadena de reconstrucción
de lo escuchado. Las palabras escritas por la voz irradian la gravedad o
ligereza que una suave inflexión otorga. Una voz resuena sin sonido, a veces en
nuestra cabeza y no es la propia. Lo que la voz dice se pierde con la extinción
del tiempo presente en manos de unos labios que no paran de pronunciar lo
que desde la garganta puja: vibrato
incandescente del lenguaje.
Si escucho su voz tiemblo. No hay nadie en la casa y después que una puerta
se abre espero que una voz me salve. De este lado de la casa, o del otro lado
del teléfono. Desde ahí puedo adivinar las formas en que sus ojos responden a
mis palabras o cuando esa respiración prepara el silencio antes
de la próxima pregunta.
Nadie canta así con ese acento que cuida la poesía de la música, como acunando el verso,
como haciendo un cuenco con la voz redonda donde descansar y protegerse del
caos del mundo.
La voz de la madre se pierde en el enredo hacia delante de los años.
No hay grabaciones. Ni formas de recuperar la voz muerta. ¿Si invento un recuerdo
de tu voz, te habré recuperado?
Tu voz a la mañana era sólo para mí. Chocaba con forma de infinito sobre las
paredes, pero sin que lo advirtieras yo la robaba muy poco para mis oídos, un
poco para mis labios, otro poco la encerraba en la azucarera. Pero terminaba
metida en tus entrañas, yéndose con vos.
La voz del pueblo tiene todas las voces, “quien quiera oir que oiga”. La plaza
está repleta y los que están cantan con la voz del que quiere decir junto a los
otros.
Un perro
ladra, ¿Esa es su voz?
La voz es un deseo que aún no se cumplió, un rastro no dibujado sobre la emoción
de tu oído o el mío.
¿La voz
del oráculo es grave reverberante y por reveladora fuerte y segura?
La voz de tu dios, se parece al de las tormentas: ¿Desgranada pero impetuosa cayendo en
cascada hacia el filo de tu miedo?
María
Callas es una voz punzante que atraviesa la belleza como un puñal finito,
agonizando al cristal
Hay voces que destrozan el equilibrio sonoro del
mundo, declaran el
desastre, decretan el terror, desatan la tragedia, matan sin armas, dan la
orden al asesino. Habilitan la condena.
No hay voz
que no diga lo que quiere.
Mi amiga
Caro lleva dos semanas de silencio. Nada de hablar. Las cuerdas se gastan, se
hieren de tanto estar en el mundo rozando los abismos.
Si nadie habla no sabremos.
Levantaste
la mano y supe que te escucharía después. Que sabríamos más sobre todos
nosotros.
En un
sueño el ágora es una plaza repleta de personas que en lugar de hablar cantan.
Una por vez y después juntas. Es una fuerza que no puedo olvidar. Aunque
apareció en el sueño.
Pero no
recuerdo tu voz, y esa falta es un silencio, una espera que necesito llenar de
vos.
Elías
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