MD



 Por Claudio Asaad
                                                                                                                             
Un amigo dice que tiene un libro para prestarme. Que nunca leyó nada igual tan difícil de seguir, pero al mismo tiempo tan adictivo. Utilizó esa palabra y yo intenté acomodarla en la conversación.  No sabía, no podía ni suponerlo, que más adelante entendería, pensaría,  sentiría la adicción, su agudo  resonar hacerse eco sobre los personajes de aquella novela, en la vida de la autora, en el amor, el vino, y la falta;  el silencio fatal entre lo que va sucediendo y el lenguaje que llega antes o después, pero no al mismo tiempo. Nunca. Tampoco en el cine. Mi amigo dijo Margarite y yo pensé en Yourcenar, en “Memorias de Adriano”, en la Historia y el secreto, la sed  de decir, la necesidad de romper lo que cancela a la libertad; la culpa de vivir de lo oculto. Mi amigo dice que “es otra Margarite. Una francesa, también, pero que nació en Saigón, en la época de la colonia”. Minutos después, tengo en las manos aquel primer ejemplar que  leí de Duras “Un dique contra el pacífico”. No podía leerlo, al principio, me costaba abordarlo,  entrar en esa narración seca y temblorosa. Frases cortas para una intensidad. A veces furiosa, otras de una quietud neurótica, de una espera de algo que nunca se nombrará. Quedé atrapado igual que la madre intentando ganarle terreno al mar, construyendo un dique débil que se desgrana  sal y arroja las plantaciones como  cadáveres sobre la tumba marina. En Duras lo que ocurre es un asalto, la inquietud sobre la soledad de las palabras. Duras ha creado una ética del lenguaje, erigiendo una estructura frágil y potente a la vez que soporta la reiteración, la abulia como fuerza, el vacío como premisa de la insistencia. Incluso en el cine. Las imágenes se han soltado. “india Song” es un ejemplo de cómo los planos muestran un tiempo lejano o no  de lo que acontece en un espacio sin soporte en la banda sonora. En el sonido ocurre el sentido y al mismo tiempo su inercia, la sospecha. 

La temporalidad impuesta por la sucesión de 24 fotogramas por segundo, está ahora saturada por la insistencia de un texto que ha derribado la materialidad del cine para mostrar su escisión: la herida que sutura el lenguaje, pero que ahora no. Después vendría “El amante”, la niña entregada por su madre al amante chino. La vida de Duras, el pasado real e inventado está en todas sus novelas. Pero es tal vez en “Hiroshima Mon Amour”, en esa película que dirigió Alain Resnais donde Duras, creadora del guion,  mejor desarrolla la idea de desmesura, imposibilidad y dolor que unen a la tragedia, la memoria  y la primera frontera del amor: la pasión erótica. ¿Cómo iba yo a imaginarme que esta ciudad estuviera hecha a la medida del amor?” Ví esa película en un ciclo de directores de culto, en el antiguo cine Avenida. El blanco y negro sereno, la disposición de los cuerpos y la mirada. Ahora estaba inmerso en el universo Duras para siempre, hipnotizado en su telaraña, sin poder casi moverme.

Leí cada novela, las obras de teatro, los artículos periodísticos, vi sus películas una y otra vez;  pero nada, ninguno de esos textos fue comparable a “Escribir”. En la portada de ese pequeño ejemplar aparece  la mano de Duras colgando del apoya brazo de un sillón. Las venas de la mano, un enorme anillo, una luz cálida que envuelve los dedos, la luz natural de la mañana. Esa mano, la que escribe, la que descansa apuntando el suelo, es una, impar. Está sola. El mundo Duras es solitario. Ha sido deshabitado ante nuestros ojos. Esa es una elección estética y política del mundo de MD. Yann Andrea la amó, sin deseo,  sin soltarla y  sin poder, querer tocarla, sin llegar a su cuerpo. Y esa desesperación es parte  de la fuerza, que se instala en sus libros, que beben como ella,  el alcohol y las horas.

Dice MD  en Escribir: “La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros. Sucedió así. Estaba sola en casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro. Y luego la amé. La casa, esta casa, se convirtió en la casa de la escritura. Mis libros salen de esta casa. También de esta luz, del jardín. De esta luz reflejada del estanque. He necesitado veinte años para escribir lo que acabo de decir”

He necesitado treinta años para escribir lo que acabo de decir. Eso



Elías

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