Trenes
Por Claudio Asaad
Es de noche. Se
lo digo a mamá pero ella esta distraída
mirando el cielo y el suelo donde se formó hielo como espejos que se parten,
como hielo molido, como barro con cristales de vidrío. Y sobre todo frío. Ahí en el piso y por todas
partes. En el cuerpo no, porque la frisa
abriga y papá dijo que es mejor dos
pares de medias antes de terminar de calentar mis gastados zapatos marrones
en la estufa de velas a kerosene. Tengo miedo a esta noche que es del día. Es madrugada Elio, dice mamá, no ves
hijo que hay otro azul. Miro la capa del cielo derretir la oscuridad que asusta. ¿Dónde es el horizonte? El frío está afuera, más insistente y nos
rodea; ahora se abrazó al viento que lo
trae sin pausa, con ritmo de apuro, se va adentro del cuerpo cuando respiro: bocanada
gélida al interior de los túneles de la carne. ¿Ahí también es oscuro? Mamá ¿somos oscuros por dentro?. Mamá no
tiene tiempo para contestar, el apuro de la caminata no se lleva bien con el asma que la ahoga y apenas la deja
hablar.
El Boulevard es el lugar de las carrozas y el carnaval,
pero hoy es otro. Hay muchos autos, y
personas que entran y salen de la estación de trenes que tiene todas las luces encendidas y sus
reflejos brillando sobre la calle de
adoquines. Noto mucho mi corazón porque está más apurado que mis pies y siento
un vértigo que baja del estómago por las rodillas y me debilita la voluntad.
Ya llegamos dice mamá. Y
me aprieta la mano transpirada detrás de los guantes de lana azules con
rombitos rojos. Antes de entrar al hall de la estación, un grito de silbato
interrumpe unos segundos el movimiento de nuestras piernas, y ahí no más debajo
de nuestros pies un temblor con traqueteo, hace vibrar el veredón. Cómo si una vida
mecánica, un eco de muy lejos dejara exhalar su aliento de modernidad tardía.
Y si voy otro
día mamá.. Mamá me mira con ojos húmedos, pero
decididos. Te vas, Elio te va a gustar llegar en tren a lo de tu
hermana. Un tren como el que te
compramos para que juegues, ya vas a ver. Y ahí mientras mamá habla con el
boletero, lo veo. Oscuro, pero brilloso. Más grande de lo que lo imagine, más
imponente, tan seguro, presuntuoso e infinito, abriendo el día. Las luces por
dentro, el olor a metal caliente, madera y humo. Un vagón y otro vagón y otro,
la máquina por allá adelante quiero ir rapidito hasta esa punta y tocar el
tren, pero no me animo. Mi tren es chiquito, es un juguete que me regalaron los
Novaro y tiene un solo vagón y no hay vías donde poder moverlo. Veo las valijas de cuero y cartón. La expectante,
extraña serenidad, casi tensa del andén. Un señor vende algo que no puedo
saber. Quiero tener un sombrero oscuro o gris como los de papá para subir al
tren de un salto y tener que sostenerlo con la mano izquierda.
Cierro los ojos
un ratito para abrir el cine de mis recuerdos y los abro de golpe y de nuevo y
otra vez; quiero superponer la imagen de
lo que estoy viendo con el tren del Dr. Zhivago, ese tren infinito, esa mancha
como serpiente cruzando el frio de la Siberia, ¿Frío como acá en el cine? le pregunto a mi hermana. ¿habrá nieve en el camino hasta Laborde?. ¿Nos
cruzaremos con caballos, y potrllitos
que lo querrán seguir? ¿Entrará a túneles oscuros y húmedos el tren? . Mamá me tironea del hombro
holgado de mi sobretodo enorme que era del primo Roberto vamos que vas a perder el tren.
Subo apuradito y
Mamá dice, quiero ver y sube también Y me ubica al lado de la ventana de un asiento
demasiado grande, de madera: a las 7, 30
sale dice Mamá. Y me corre la manga para que mire mi relojito dorado de
pocos rubíes que me regaló la tía Bimba.
Me dijiste tantas cosas Mamá que tenía tanta preocupación de olvidarme que temblaba. No es de frío –lo tenías claro Mamá- es de chucho, de asustado. Y
me repetís: el sándwich de milanesa lo
comés cuando veas el cartel negro de la estación
con letras blancas que dice “Olaeta”, la caja con la comida cerradita y debajo
de los pies. Para mi hermana Nely, y que
no me olvide de comer y de tomar agua.
Dormí de noche y no leas tantos carteles. P
ero.. No entiendo si tengo que leer ahora los de patas rojas, fondo negro,
letras blancas: Charrras Bengolea, Olaeta, Uchacha, Chazón , Pascanas.. y ahí Laborde, o .. Ahí. Después de Pascanas Laborde, eso es
lo importante A cada rato mirá para
acordarte que está ahí la caja y no te olvides de mí, que te espero acá como si
estuviera solita, me dijiste con tus ojitos siempre a punto de llorar, con
tu boca pintada de rojo con forma de corazón, y esa respiración Mamá entre
cortada y amada que se parece al de los pulmones de este tren que se va como
despegando del suelo, como volando al ritmo de las fotos del cine. Desde la ventana
gigante veo pasar todo rápido pero no tanto, es una cámara delicada la de la
vida mirada desde el tren que pasa sobre
el mundo sin herirlo, dispone al pensamiento, a una emoción que no se parece a
nada Mamá, se me confunde el miedo con este otro nudito en la panza, es uno
nuevo, es el que desata una rara plenitud, una propia que el viaje regala, como más rubíes para el relojito dorado, para el solcito que
ya me pinta la cara de blanco y me separa del afuera, ese otro mundo, este otro tiempo.
Yo
quisiera que estés acá, Mamá, porque la ausencia es un deseo que no va a
cumplirse. El Comechingones tampoco
está. Las vías se resisten a desaparecer y el paisaje tiene aún la espesura del
pasado. Ahora vivo a pocas cuadras de la vieja estación del Andino. Las
madrugadas de los martes y viernes, en tiempos de cosecha, se escucha la llegada de un tren, o su partida. Como un recuerdo que se adivina
fantasma y visita al silencio de la noche, para cuidar a la memoria del
devorador olvido.
Elías.
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